Pensar en el carácter emancipatorio de la construcción de conocimientos sobre los territorios, lleva sin duda alguna a reflexionar sobre las discusiones que se han dado en torno a las geografías disidentes, y, por tanto, a la visión crítica de las relaciones entre poder, conocimiento y espacio.
Inicialmente, podemos partir de dilucidar los discursos que han fundamentado y definido el campo de las geografías disidentes, que retoma Zusman (2002), entreviendo los postulados de autores como: James Blaut (1979), que ofrece una visión no neutral del conocimiento geográfico y de una realidad que deja de lado el conformismo capitalista, para defender los intereses de las diferentes clases, en especial la trabajadora y la oprimida; Alison Blunt y JaneWills (2000) que aluden a un pensamiento geográfico políticamente comprometido con la subversión de las relaciones de poder y opresión; y Noel Castree (2000) que reconoce como las geografías de izquierda ponen de manifiesto la reflexividad, la praxis crítica, el empoderamiento y la emancipación.
Ampliando esta mirada, también aparece Abel Albet (2002), cuyo pensamiento geográfico se ha enfocado a la intervención y ordenación del territorio, argumentando como el discurso innovador y movilizador de la geografía se ha ido institucionalizando por el poder, por el sistema, por la misma estructura académica, imponiéndose un estereotipo de geografías acríticas, manipulables y manipuladas. Se infiere que, para este autor, ser disidente es “salir a cuestionar constantemente los estereotipos que las estructuras de poder, el sistema político-económico o el stablishment académico imponen desde fuera, y que se asumen cómodamente desde dentro” (Mendizàbal et. al., 2002, p. 193).
Por otro lado, Josepa Bru (2002) establece relaciones entre la disidencia y la transdisciplinariedad, afirmando que el salirse de la ortodoxia, que el apartarse por no ver las cosas del modo que parece aceptar la mayoría, implica la búsqueda y apertura hacia otras disciplinas, la disolución de fronteras entre las mismas, para en últimas, situarse y tratar de entender más allá de los propios intereses. Este planteamiento, como lo señala Bru, lleva a entender la disidencia en un doble sentido: como conflicto y separación, es decir, conflicto de opiniones, intereses y sentimientos, y separación de la doctrina y del adoctrinamiento; en esta lógica, el disidente ‘sale’ y ese salir implica ir al encuentro de lo transdisciplinario.
En este campo, también se señalan los aportes de Segrelles (2002), que sostienen que una auténtica disidencia se encuentra en aquellos y aquellas que proyectan su creatividad en el mundo, que nutren sus aprendizajes y conocimientos inspirándose en la realidad cambiante, que no estereotipan, que buscan una disciplina útil que no esté al servicio del poder.
Más que argumentar si las geografías disidentes son alternativas y no hegemónicas, hablar de estas remite a un tipo de práctica crítica y de contestación, relacionada con los distintos poderes que permean la sociedad; hablar de geografías disidentes lleva a “plantear que la relación entre poder y conocimiento es subvertida a partir del establecimiento de un vínculo entre prácticas y saberes sobre el espacio, y en esta medida ese vínculo puede ser pensado o servir a fines emancipatorios” (Zusman, 2002, p. 25).
Respecto a esto, ha de considerarse que el situarse en las geografías disidentes parte de reconocer esa ruptura con las posturas ortodoxas y hegemónicas; apostándole a la construcción de conocimientos alternativos, que pongan a conversar las diferentes disciplinas y perspectivas, que cuestionen constantemente los estereotipos y desnaturalicen las relaciones de poder.
La disidencia también demanda activistas reflexivos que se involucren en las situaciones de marginación, injusticia y reivindicación, dejando de lado, las exigencias de productividad normadas, los protocolos establecidos, las prioridades de investigación en manos del mercado. Es casi evidente que se pone en juego, la construcción de conocimientos que promuevan el desarrollo de posturas reflexivas dentro de las disciplinas y que se vinculen a procesos sociales desde un compromiso ético y político.
Así mismo, la construcción de una postura disidente, de un conocimiento crítico, debe favorecer el diálogo desde y entre diferentes visiones, que a su vez sean creadas y recreadas en diferentes espacios y contextos, para que lo que se diga y se haga colectivamente, se potencie.
Pensar en geografías disidentes, reflexionarlas, cuestionarlas, implica tener en cuenta el carácter interdisciplinar y comprometido de la producción de conocimientos, evidenciando no sólo las relaciones de poder que se camuflan, sino promoviendo espacios de resistencia que se constituyan en un desafío a esas lógicas de sometimiento.