Clara Lucía Grisales Montoya

Territorio encarnado

Partimos del territorio como espacio socialmente construido. El escenario estructural del sujeto social. El territorio es un espacio que se construye en relación con el otro. Se materializa en una imagen, en un juego de operaciones simbólicas. La visión cultural del territorio, es lo que los ecologistas podrían considerar una visión antropocéntrica del espacio, lo cual tiene sentido si se tiene en cuenta que un territorio es el nicho particular de una especie cuyo control se ejerce desde sus mecanismos adaptativos, y el nuestro es la cultura, por demás está entonces reconocer en el espacio un acento propio en un concepto que nos llena de contenido para establecer nuestra presencia, con lo cual el cuerpo no podría estar ausente de este sentido, determinando la manera de ocupar, y con ello significar la realidad que se encuentra en el tiempo como contenido vital del espacio, porque no es posible encontrar en el territorio una ubicación sin presencia encarnada, es decir un gerundio que se establece como condición de su existencia.

Durante la evolución de este concepto hemos encontrado una supremacía del espacio como su casi único soporte de constitución. La hegemonía espacial ha puesto en ello abundancia, y ha sido esta manera de establecer relación, la que determina su narración, una manera de comprender nuestro devenir, la práctica solvente del estar, por tanto de contenido epistemológico, no requiere lenguajes primigenios del ser como cosa en sí, sino la determinación que lo hace presente, que lo revela y en todo caso le da sentido para formularlo como una realidad que no resulta homogénea, ni mucho menos universal, por el contrario, adquiere la impronta de cada cultura, el acento de cada representación que le da forma.

Y para llegar a esta relación no es posible partir de una realidad distinta a la que precisamos en primera persona, el cuerpo, un contenido habitado, ocupado, poblado de memorias, al que le damos sentido desde la relación tiempo-espacio que nos circunscribe a un determinado grupo humano, donde se comparten relaciones de sentido y formas culturales, a la manera como se entiende el concepto de corporeidad, más allá de lo orgánico o esquemático de la forma, una manera significativa de ser, para poner en diálogo nuestros cuerpos y de esta forma ayudarnos a recrear el sentido que hemos ido constituyendo a través de la cultura, por tanto refuerza la acción educativa para problematizar nuestra propia construcción como sujetos y de esta manera asumir la responsabilidad de ser a través de comprender.

La necesidad de desnaturalizar el mundo de la vida, es ir profundizando en los aspectos de nuestro cuerpo y las maneras cómo se ha ido configurando la imagen que hoy tenemos del cuerpo humano. Entender que, si bien su estructura es un hecho biológico, es también el resultado de habitarnos culturalmente, por tanto, su sustrato es orgánico y su sentido es cultural. Implica todo ello comprender la conformación del sujeto, una entidad cultural en su relato y una ocupación territorial en toda su forma, que no viene autodeterminada, sino que su papel es construirse, y en ello la educación tiene un rol fundamental para emancipar aquellos patrones deterministas que dan origen a las asimetrías.

El cuerpo en la silla, el cuerpo atento, el cuerpo rítmico, el cuerpo en presente, no son solo imágenes metafóricas que llenan el espacio, son su narrativa y por tanto son territorio. Lo primero es aclarar que el cuerpo no es un ocupa del territorio, es territorio en sí mismo, y metafóricamente podríamos señalar que es una geografía de principio a fin en accidentes configurados por su morfología que goza de relieves, socavones, mesetas, un etcétera infinito que acude a la memoria para recorrer el paisaje significativo de lo que hace presencia en el relato de lo que somos, un espacio que se activa por el relacionamiento, un resultado evolucionado por la memoria trascendente de cada órgano para habilitarse y sentirse en diálogo permanente con la naturaleza, sintiendo, para comprometerse con una figura que al final de cuentas es el resultado de lo conquistado en la mudanza de la acción simbólica con la que lo humano presume de fortaleza ante la naturaleza, aunque ello sea la expresión recurrente de que no podemos acceder a natura porque nos nubla la densidad del símbolo.

Ya no es pues, el territorio como dato universalizado a través del pensamiento científico, sino una forma subjetivada de la relación establecida.

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